miércoles, 18 de febrero de 2009

El Espejo

este relato fue el primer y unico escrito que ma ha sido publicado, espero que los disfruteis... y lo leais, que luego os quejais de que no pongo na.


El Espejo


Una gota de sudor resbaló por su nuca hasta perderse por la espalda, las letras del libro que sostenía a duras penas en sus manos comenzaban a hacerse borrosas, no recordaba cuantas veces había leído la misma línea.
El calor era asfixiante y estaba agotada, pero lo peor era que comenzaba a dolerle la cabeza, sus párpados se cerraban y se rindió a lo evidente, se recostó en la cama donde estaba leyendo y se relajo, dejando que la novela se le escurriese entre los dedos y fuese a parar al suelo.
Respiraba tranquila mientras la tarde y con ella el calor sofocante pasaban, no podía soñar, el calor parecía impedírselo, se dio la vuelta apartando de sí las sabanas empapadas en sudor, se giró de nuevo como hacía siempre antes de despertar, en ese momento entre dormida y despierta, lo vio, al principio lejos e intangible, pero poco a poco más cerca, era él, aunque a la vez no, aquel cuerpo pertenecían a un hombre mayor que la sonreía, pero sabía quién era, había quedado con él esa misma noche, aunque extrañamente aquel hombre le resultaba familiar, aunque no pudo reconocerlo.
Abrió los ojos, se sentía pesada y aturdida, aunque por lo menos el dolor de cabeza había pasado, se incorporo para desperezarse, descubrió toda su piel cubierta por una fina capa de sudor, no podía recordar ningún otro Junio tan caluroso, “pero bueno” pensó, “acaso no son todos los Junios calurosos”. Miro a su alrededor, la habitación estaba en penumbra, aunque podía avanzar sin tropezar, conocía cada rincón de su casa, de todas maneras, era una casa pequeña, una habitación, un baño y un salón con cocina americana, pero era lo único que podía permitirse, aunque le encantaba de la zona, con ese toque bohemio y canalla, que todos buscaban en la capital, a demás estaba cerca del trabajo y de la facultad.




Su madre le pidió que compartiera piso, pero a ella no le apetecía, le gustaba vivir así, a su aire, en ocasiones algunos amigos se quedaban a dormir, a veces incluso amigas, vivía al fin su vida, lejos de aquel pueblo donde las minas cerraron y las fabricas huyeron. Lo peor de aquella época, no era la falta de dinero, sino que su casa siempre le pareció mucho más asfixiante que la mina en la que su padre perdió la vida.
Cerro los ojos para intentar apartar aquel triste pensamiento de su cabeza, pero de nuevo la inundo, como si todo hubiera pasado ayer.
Faltaban dos semanas para su décimo cumpleaños y su abuelo le estaba contando historias sobre la mina, apenas rondaba los cincuenta y ocho, pero aparentaba muchos más, con aquel escaso pelo blanco y sus ojos escondidos tras unas gruesas gafas, caminaba encorvado como si llevara una pesada carga; se había jubilado unos años atrás y desde aquel día no se separo de su pañuelo, que teñía de rojo de vez en cuando al toser. Su madre los escuchaba desde la cocina mientras preparaba la comida, fue extraño, pero mientras su abuelo le explicaba: “no hay mayor peligro para un minero que el gas, porque no avisa cuando ataca...”, giro la cabeza y miro al teléfono, que de repente sonó con aquel incesante campanilleo, su madre lo cogió de inmediato, su abuelo tosió llevándose el pañuelo a la boca, ella lo miró, lo siguiente que escucho fue el auricular cayendo al suelo.
Se sentó en la cama, mientras se pasaba el largo y rizado cabello castaño por encima del hombro derecho, se abrazo las piernas y pensó en lo poco que había conocido a su padre.
Una gota de sudor le recorrió el cuello, tomando velocidad hasta llegar a la clavícula, donde se detuvo unos instantes ya sin fuerza, hasta que otra gota le dio velocidad escurriéndose por su
su pecho, hacía mucho calor y aún no había empezado el verano, que lo hacía aquella misma noche, le pareció escuchar a su abuelo diciendo: “en la mina te cueces, hace tanto calor que el sudor se evapora”, “quizá esto se parezca a la mina” pensó.
Agobiada por el calor, buscó algo con lo que abanicarse, pero salvo la novela no encontró otra cosa, lastima que fuera tan pesada, se quitó la camiseta empapada en sudor y fue hacía la cocina a por un vaso de agua.
- No hay mayor libertad que andar desnuda por tu casa, si no viviera sola no podría hacerlo.- dijo como si hablara con alguien.
En el salón se topo con la radio y la encendió, sonaba “Soldadito marinero” de Fito y los Fitipaldis, sonrió, le gustaba aquella canción, sobre todo cuando decía, “...hay que ver que puntería, no te arrimas a una buena...”, comenzó a canturrearla mientras dejaba correr el agua, pensó en coger un vaso, pero desechó la idea al recordar que tendría que lavarlo, se inclino para beber directamente del grifo, el agua estaba tibia todavía, la dejo correr un poco más lamentando que al comer no hubiera metido la botella en el frigorífico, se agacho nuevamente y bebió, el agua mojaba su mejilla y se escurría por la mandíbula, mojando también su cuello y su castaño cabello.
Lejos de su cocina-salón, de su pequeña casa y de su bohemio barrio sonaron las campanas de una vieja iglesia, que cesaron al décimo primer tañido. Giró la cabeza hacía la ventana, como si entre las cortinas, la persiana y los edificios que tenía por en medio, pudiera ver el campanario de la vieja iglesia.
Recordó la cita de aquella noche, con aquel chico que aparecía en su sueño, todavía no se había quedado a dormir, pero le gustaba, con aquella hermosa sonrisa y su aire despistado, tenía unos grandes ojos marrones igual que la madera vieja con unas largas pestañas, pero lo que más le atraía de él era ese aura de misterio que lo rodeaba. La convenció para ir a una de las muchas fiestas que se celebrarían aquella noche en honor de San Juan, con hogueras, bebida y algún pintoresco personaje haciendo de brujo Celta.
Decidió cenar algo, mientras recordaba como la había convencido.
- Iremos a un parque, van todos los de Arte.- sabía perfectamente lo que eso significaba, gente haciendo malabares, jugando al Diávolo o haciendo bailar las Cariocas, aquellas cuerdas con bolas al final que se giraban en el aire, también estarían jugando con aquella pequeña pelota de tela, que vendían en los puestos, habría músicos, sobre todo percusionistas, pero también guitarristas y claro no faltarían las hogueras, que los más atrevidos primero y los borrachos después intentarían saltar.
Termino de cenar cuando en la radio comenzaron a oírse pitidos, palideció, había quedado a las doce y cuarto, si eran las doce no le daría tiempo, afortunadamente, la voz de la locutora anunció que acababan de llegar a las once y media, respiró aliviada, comenzó a cantar escuchando la radio mientras caminaba hacía el baño.
Se quitó el pantalón corto que llevaba y se metió en la ducha, en un alarde de valor abrió el agua fría, empapando su cuerpo y su cabello con la refrescante agua , mientras se enjabonaba comenzó a recordar casi sin querer, la historia que él había contado por la mañana, intento apartar aquel recuerdo, pero no pudo.
-En la noche de San Juan – comenzó a decir – dicen que si te bañas antes de la media noche y te colocas desnudo de espaldas a un espejo, con la única luz de una vela y te vuelves cuando suenan las
doce campanadas de media noche, ves el día de tu muerte.-
Dejo de enjabonarse, sentía que el vello de su piel se erizaba,




un escalofrío recorrió su cuerpo y sonrió al pensar “tal vez, no fuera tan mala idea vivir con alguien”, mientras en la radio sonaba “Maldito Duende” de Héroes del Silencio.
Salió de la ducha, evitando el espejo, estaba nerviosa, “estúpido” pensó “no se podía guardar sus historias para él”, miró de reojo al espejo y se vio a sí misma mirándose de reojo con una toalla naranja anudada al pecho.
- Soy idiota - se dijo – nada de eso es verdad.- abrió un cajón, sacando una vela del interior, la encendió, su corazón latía más deprisa de lo normal, mientras su mano se dirigía al interruptor, en el mismo instante en que apago la luz cerró los ojos, un sudor frío la recorrió entera, sentía una presión en el pecho que jamás había sentido, lentamente comenzó a abrir los ojos, en el espejo se vio a si misma abriendo los ojos lentamente, rió al principió bajo, pero después a carcajadas.
Comenzó a secarse, de repente la toalla cayo al suelo, se agacho para recogerla, al levantarse se dio cuenta que estaba de espaldas al espejo, la habitación pareció empequeñecer, hubiera gritado, pero probablemente no hubiera proferido sonido alguno, intento armarse de valor diciendo “nada de eso es verdad”, se giró despacio, para verse a si misma, comenzó a girar sin parar de reír.
Estaba desnuda, de espaldas a un espejo, acababa de salir de la ducha y la única luz provenía de una pequeña vela que apenas iluminaba, comenzó a volverse, tenía el pulso desbocado y el corazón a punto de saltar de la boca, aún no se había vuelto cuando a sus oídos llego la primera campanada de la medianoche, se miró al espejo mientras las otras once sonaban, y lo recordó, aquel hombre del sueño era su padre.
En el espejo, solo estaba ella.